Aníbal Alberto Lobasso* ¿Por qué se me ocurre esta pregunta? Porque dentro de unos meses debemos concurrir al cuarto oscuro para elegir senadores y diputados nacionales, para que representen los intereses de nuestra provincia y de los ciudadanos que vivimos en ella en ambas cámaras del Congreso.
Y esto es así porque vivimos en un sistema democrático, y como tal elegimos a nuestros representantes. Los partidos políticos proponen políticas y presentan candidatos, y nosotros votamos conforme a normas electorales, y luego evaluaremos su desempeño, y nuevamente se repite el ciclo cada dos años.
En todo proceso electoral suelen aparecer dos cuestiones: esperanza y decepción. Esperanza por el que vendrá y decepción por el que se fue. Para los que habitamos este bendito país, siempre termina en frustración, ya que desde 1983 a la fecha, nuestra calidad de vida empeoró sustancialmente. Cuesta creerlo, pero en nuestro caso las elecciones no sirvieron para nada, ya que lo único que han traído fue atraso. La culpa no la tiene la democracia, ni el proceso electoral, nosotros como pueblo, fuimos y somos artífices de nuestro propio fracaso ya que no sabemos elegir, o siempre terminamos votando al mal menor.
Es necesario tener en cuenta que la democracia no es buena, ni mala por sí misma. Lo que hace a la calidad y a los resultados de una democracia son las personas que guían los destinos de un país, de una provincia o una ciudad. Son aquellos a los cuales los ciudadanos les dimos un voto de confianza para que gobiernen y legislen en nuestro nombre, y por lógica consecuencia son los únicos responsables de éxitos y fracasos. Las excusas que la culpa siempre la tiene el otro, es la forma más sencilla de quitarse la responsabilidad. Existe un célebre monologo de Tato Bores que describe claramente esta situación.
Esto me obliga, de alguna manera, a hacer un balance de estos 42 años de vida democrática. Sin lugar a dudas el saldo es deudor, estamos peor que en 1983. Podemos comprobarlo en cualquier área: Educación, Salud, Seguridad, Energía, Justicia, Economía, Productividad, Infraestructura, Transporte, Condiciones Laborales, Productividad, Calidad Institucional, etc. En síntesis, la calidad de vida de los argentinos va en caída libre.
Todas aquellas cuestiones que debieron ser resueltas por nuestros gobernantes y legisladores, no lo fueron. Ya sea por acción, omisión o incapacidad, o simplemente porque poco le importan nuestros problemas, y su única preocupación pasa por mantenerse en sus poltronas y seguir disfrutando de las mieles que brinda el poder.
No quisieron solucionarlo por desidia o por creer que todo es gratis, o por la mentira del Estado presente. Vaya como ejemplo la crisis energética y de transporte en la que estamos inmersos, la caída de la producción con la consecuente pérdida de puestos de trabajo, a lo que se le suma el drama inflacionario, que no permite tener ningún tipo de previsibilidad. En 50 años quitamos trece ceros a la moneda, desde 1992 a la fecha los precios tuvieron un incremento de 198.755 %.
Esto no es culpa de la democracia, tampoco es culpa de guerras o desastres naturales, o que los países se alinearon contra la Argentina para destruirla, esto es la consecuencia de los ineptos, corruptos y farsantes que fuimos eligiendo a lo largo del tiempo, lo tragicómico de esta situación es que seguimos votándolos, lo que tendríamos que hacer es botarlos para que no sigan ocupando cargos vitalicios. Si nos defraudaron una o más veces, que nos hace pensar que volvieron mejores para brindar una solución a nuestros problemas.
Es difícil entender para propios y extraños, tanto fracaso, tanta decadencia, tanta corrupción, tanta justificación ante el latrocinio, tanta complicidad ante lo anómalo. Como explicar una conocida frase: Roban pero hacen.
Podemos llegar a pensar que no sabemos votar, o que fingimos demencia, o que los Partidos Políticos no funcionan como deben, que se compran voluntades, o que la justicia no funciona.
Sin duda todo es cierto, pero lo que en el fondo indican estos asertos, es que los comportamientos de nuestros representantes son el fiel reflejo de nuestra sociedad, ya que quienes nos gobiernan surgen de ella.
Los párrafos precedentes me hacen pensar que somos una sociedad enferma, nuestros comportamientos cotidianos no se apartan demasiado del que tienen nuestros representantes, la diferencia estriba en que estos tienen una miserable cuota de poder y no dudan en usarlo en su propio beneficio en detrimento de la gente. Puedo equivocarme, pero hagamos una reflexión franca sobre nuestras actitudes cotidianas y veamos a que conclusión llegamos.
Nuestros representantes no vienen de galaxias lejanas, son producto de nuestra sociedad. No podemos exigir comportamientos ejemplares, cuando nosotros no los tenemos. Estamos enfermos y no nos queremos dar cuenta.
En síntesis necesitamos un profundo cambio cultural para poder rescatar a nuestro país de las ruinas, y ese cambio empieza por nosotros mismos, solo así podremos romper el círculo vicioso de tantas décadas de fracaso, y dar lugar a una clase dirigente exitosa que erradique a los corruptos, mentirosos, farsantes y violentos, de lo contrario seguiremos sumando decepciones.
Estoy seguro que no queremos una Argentina en ruinas para nuestros hijos y nietos.
Sería bueno recordar lo que decía José Ortega y Gasset, hace casi un siglo: ¡Argentinos a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de justificación de narcisismos.
Pasaron muchos años y aun seguimos sin comprender el mensaje orteguiano, que nos sigue solicitando abandonar el terreno de las controversias personales para construir una sociedad con ideales compartidos y al servicio de un destino común. (1)
Referencias: (1) Roberto Aras. INFOBAE 25/11/2019.
*El autor de la nota es politólogo